Cuando escuchamos la palabra estrés, inmediatamente la asociamos a sensaciones de nerviosismo, ahogo, sensación de no poder más. Ese tipo de estrés sería el estrés malo.
Puede sorprender la idea de que exista un estrés bueno, pero es así. El objetivo del presente artículo es aportar información para distinguir entre ambos tipos de estrés y para afrontar el estrés malo. Esta finalidad me parece especialmente importante, en este momento de crisis provocada por la pandemia del coronavirus covid-19.
La respuesta de activación fisiológica y cognitiva es normal cuando aparece una situación nueva a la que no podemos responder de manera automática. Por ejemplo, es el primer día de trabajo en un nuevo puesto. No estamos tranquilos, no sabemos con que compañeros o jefes nos encontraremos, queremos hacer ver rápidamente que somos competentes y que nos podemos adaptar al equipo, en definitiva, hacerlo bien… Es normal que se despierten en nosotros sentimientos de duda acerca de nuestra capacidad, que sintamos tensión y temor.
Esos sentimientos adecuadamente canalizados nos llevan a estar especialmente alerta a todo lo que nos rodea, a procesar la información rápidamente, estar especialmente atentos a los detalles…
El estrés bueno nos activa, pone en funcionamiento nuestras capacidades y nos ayuda a adaptarnos a las situaciones nuevas de una manera eficiente.
Si aceptamos ese tipo de estrés como algo normal, producido por la situación e inevitable, pero siendo conscientes de que podemos adaptarnos a la situación aunque nos cueste, entonces no nos desbordará y continuaremos adelante.
Esto resulta de ayuda, pero también es cierto que la situación puede realmente desbordarnos. Básicamente, puede ocurrir por dos motivos. Si no disponemos de las competencias suficientes para adaptarnos a la nueva tarea o a la nueva situación, aparecerá el estrés malo. Si disponemos de las habilidades suficientes para enfrentarnos a demandas habituales de la vida, pero éstas cambian en su proporción o características, también nos estresaremos, en el sentido habitual de la palabra. El mejor ejemplo en este momento son los profesionales sanitarios. Conocen perfectamente su trabajo, pero el nuevo volumen y la novedad de la situación están conllevando un severo estrés para muchos de ellos.
En adelante, nos referiremos a lo que hemos llamado estrés bueno como eustrés y dejaremos el término estrés para lo que las personas entendemos habitualmente como tal, esa sensación de opresión, tensión, desbordamiento emocional, estar quemado, etc.
Una vez que ha aparecido el estrés, habrá venido para quedarse salvo que hagamos algo al respecto. Podemos abandonar la situación si esto es posible. Siguiendo con el ejemplo del nuevo trabajo, puede que no hayamos sabido canalizar el eustrés inicial o que sencillamente haya habido algún problema insuperable, por ejemplo un jefe excesivamente exigente o un ambiente laboral muy hostil.
Si estamos quemados y tras intentarlo vemos que no nos compensa seguir con el reto, tendremos que ver si volvemos a nuestro trabajo anterior o si nos despedimos y buscamos un nuevo empleo. Pero si tenemos la motivación de seguir, sea por el reto personal de mantener el trabajo o porque pensemos que resultará difícil encontrar uno nuevo, entonces debemos manejar nuestro estrés de una manera adecuada.
Proponemos varios modos de afrontamiento el estrés:
Lo primero es reconocerlo, saber qué estás haciendo que no resulta productivo para adaptarte a la situación. Es recomendable hacer una lista de estas reacciones conductuales erróneas. En el ejemplo, el estrés no me permite organizarme bien, me aíslo y no pido ayuda a nadie, me llevo el trabajo a casa y no soy capaz de descansar… Si nos paramos, respiramos hondo y dedicamos tiempo a hacer la lista, seguro que nos damos cuenta de lo que está pasando. Trabajar irreflexivamente y muy deprisa no sería la mejor solución en este caso. La lista nos ayudará a no cometer una y otra vez los mismos errores.
También es muy importante, aceptar la situación a un nivel profundo, de esa manera convertiríamos el estrés en eustrés, como antes indicábamos. Nos podemos decir a nosotros mismos, voy a estar estresado una temporada hasta que me adapte a esta situación, finalmente conseguiré mi objetivo. De esta manera conseguiremos evitar conductas disfuncionales como asaltar la nevera, beber o descuidar nuestros hábitos saludables. Esto último es importante, porque el estrés reduce nuestras defensas y seremos más propensos a enfermar y a padecer debilidad física que disminuye nuestra capacidad de adaptación.
Encontrar espacios de disfrute, compartir tiempo con nuestra familia y amigos es también muy importante. Centrarse demasiado en la tarea es contraproducente.
Practicar algún deporte moderado o técnicas de relajación, taichí, meditación, etc., puede ser muy útil.
Quiero terminar el artículo con una reflexión acerca de la situación actual. El confinamiento que todos padecemos es una situación novedosa, esto en si ya es estresante. Existen pérdidas en muchos aspectos de la vida, para algunos muy graves como la propia enfermedad o perder a un ser querido, para otros la incertidumbre acerca de su futuro laboral.
Es difícil convertir esta situación en eustrés, pero no es imposible. Existen aspectos positivos como valorar las múltiples muestras de solidaridad que se están llevando a cabo, encontrar una nueva manera de relacionarnos desde la distancia, redescubrir antiguas aficiones que creíamos olvidadas por falta de tiempo…
Y sobre todo, ahora que nos faltan cosas cotidianas a las que no dábamos importancia, podemos aprender a valorar todo lo que la vida nos ofrece. ¿Quién no añora simplemente dar un paseo, dar la mano o un abrazo a un amigo o acudir a ver un espectáculo?
Creo que la sociedad puede salir fortalecida de esta crisis, a pesar de la tristeza de la pérdida de vidas humanas, siendo consciente de lo que es realmente importante en la vida y, en especial, del valor de la unión entre nosotros.